De dónde venimos
A veces te fijas en cosas nimias, en detalles sutiles. Hoy por ejemplo me he fijado en los adolescentes, en su mirada, en su forma de actuar. Básicamente son un producto en preparación. Misterioso, maravilloso, nadie sabe el resultado. Pero con un poco de pericia descubre uno muchos de sus ingredientes. Y uno fundamental es la familia. El entorno modela más de lo que uno quisiera en ocasiones, algunas veces para bien, pero otras veces... Cuando veo a los chicos y chicas mal educados, en el amplio sentido de la palabra, me dan pena. Pena porque posiblemente tengan su vida acotada desde sus orígenes. Sus padres no han sabido o no han podido ofrecerles nada más allá de sus horizontes, ninguna meta más lejos de sus barriadas, ninguna aspiración más que ninguna. Peor a veces me parecen los jóvenes de buena familia, en el peor sentido de la palabra, chicos cuyo mayor drama es un pelo infectado, cuya peor tragedia es el no de una chica, el desgarro de una prenda de vestir o la derrota de su equipo. Es triste ver su mirada altiva, vacía de contenidos pero segura en su autocomplacencia, pese a no comprender su significado. Triste me pone pensar en esos padres, que de tenerlo todo no han sabido trasmitir a sus hijos unas metas, unos objetivos que alcanzar, unas fustraciones que superar. Huelga plantearse siempre uno sus orígenes, y preguntarse si habrá algo más hay afuera.